jueves, 16 de diciembre de 2010

Gestión estatal y creación colectiva

Gestión estatal popular y creación colectiva: logros,exigencias y utopías

Por Valéria Rezende Educadora popular de Brasil – Octubre 2008




Tanto los argentinos como los brasileros -y probablemente toda América Latina-, atravesamos un mismo proceso.
Durante décadas hemos hecho esfuerzos enormes en educación popular, construcción colectiva, articulación, lucha política. Venimos de un largo trayecto de construcción con trabajos muy pequeños; deseando cosas fantásticas porque queríamos cambiar el mundo.



Tareas gigantes desde lugares minúsculos, como si fuéramos hormigas. Después descubrimos que no estábamos solos, nos encontramos con otro montón de compañeros y vimos que podíamos construir un gran hormiguero. Así, lo que hemos construido durante todo este tiempo fue capaz de impactar y dar resultado en algunas cosas (en él marco de otros procesos mayores).
Hemos echado abajo dictaduras, hemos contribuido a poner en cuestión oligarquías, personas que se conservaban en el poder por encima de los regímenes. Hemos empezado a elegir gobernantes con cierto grado de compromiso por los intereses populares y hemos logrado que el Estado abriera muchas instancias para poner una palabra en la gestión pública. Hemos tomado herramientas del Estado para realizar políticas, servicios, cambios. Logramos incluso crear nuevos órganos institucionales, nuevas interfases entre el gobierno y el pueblo.

Nos llevó mucho tiempo de discusiones, trabajos, formación, esfuerzo, pero hemos llegado, logramos estar adentro de las estructuras del Estado. Aquí pasa una cosa: fuimos muchos para llegar, pero ahora, para seguir somos pocos, resulta que no alcanza. Somos los mismos que antes nos dedicábamos a concientizar, educar, organizar, articular, acumular fuerza popular. Fuimos muchos tratando de construir poder popular desde abajo. Pero hay una parte grande del pueblo que no vivenció ese proceso. Entonces, cuando llegamos al Estado y tomamos la palabra, lo que digamos o hagamos tiene que ser en una escala que alcance a todo el país. Porque ahora, como parte de ese Estado, también somos gobernantes.

Cuando sólo éramos parte de la organización social, llegábamos hasta donde nos alcanzaban las piernas y la voz. Si no teníamos capacitadores para trabajar en 20 áreas lo hacíamos en cinco, tres o una y nos articulábamos con compañeros que trabajaban en otros dos barrios. Pero desde la gestión estatal, no podemos ir sólo hasta donde alcanzan nuestras piernas. Porque las políticas del Estado tienen que llegar a todo el 'territorio y a todos los ciudadanos. Estos son los desafíos más grandes que tenemos hoy.

El desafío de lo propositivo complejo

A los cambios políticos los hacen los militantes, porque necesitamos menos gente para provocar grandes cambios políticos que para ejecutar las políticas públicas por las cuales hemos impulsado esos cambios. Se trata de una etapa nueva para la que no nos preparamos y en la que no somos suficientes ni siquiera para hacer lo que ya está propuesto. Entonces, el primer desafío es seguir formando cuadros, además de avanzar con la toma de posesión de las herramientas del Estado en la implementación de las políticas públicas.

El segundo es hacer propuestas. Lo propuesto todavía es muy poco. En todo el proceso de lucha tuvimos, que trabajar durante un largo tiempo en clave de reivindicación. Luego comprendimos que había espacio para proponer y esas propuestas de políticas públicas nos han servido para fortalecer la movilización popular, la organización, la articulación para la lucha política. Pero aun cuando avanzábamos en la implementación de algunas políticas, nunca tuvimos una propuesta compleja y articulada como proyecto que involucre a todas las líneas de política pública. Esa es una cuenta pendiente que tenemos que saldar todavía.

Luchamos por abrir espacios de participación en la definición de las políticas públicas, pero cuando esos espacios verdaderamente se abren, no nos alcanzan las fuerzas para asumirlos de un modo más completo. Pero resulta que ya no se puede volver hacia atrás, hay que encarar este nuevo desafío.
Hay gente que está casi arrepentida del camino recorrido y dicen: "estábamos mejor cuando éramos oposición".


Así ha ocurrido en Brasil con un caso paradigmático de actores que con esa consigna se han colocado a la izquierda del grupo masivo del Partido de los Trabajadores (PT). Rompieron con el gobierno de Lula y crearon el P SOL (Partido Socialismo y Liberación) una oposición que surgió del propio PT, pero que no tiene ninguna repercusión popular.

Este tipo de salidas son sumamente negativas porque se termina llevando agua para el molino de las posiciones más antipopulares. No se puede diferenciar una oposición de la otra porque en la práctica sólo existen gobierno y oposición. En el congreso, en las acciones del ejecutivo o en cada decisión, las cosas se definen por voto a favor o en contra. Entonces, estos críticos que reclaman profundizar el modelo popular terminan constituyéndose en actores de una nueva oposición, pero esta vez alejados de las bases y los intereses populares, incluso opuestos a ellos.

Esto habla también de la fragilidad con la que muchas veces se plantean las oposiciones. Durante las dictaduras, los lugares a ocupar estaban bien claros, y aunque la resistencia y la oposición tenían un precio alto, por lo menos estaban bien definidos. Hoy, tenemos que pensar muy bien qué lugares y posiciones vamos a asumir. El problema es que el Estado no puede detenerse para que nosotros discutamos nuevamente dónde nos paramos y desde dónde pensamos las políticas públicas a aplicar. El sistema educativo, el de salud y el económico siguen funcionando.

Los límites de la voluntad

Antes de lograr que Lula llegara a la presidencia, explicábamos las falencias del gobierno y la ausencia de políticas públicas como falta de voluntad política. Entonces, como pensábamos que esa era la respuesta a todo, luchamos por lograr que los compañeros que tenían voluntad política llegaran a ocupar lugares en el Estado. Pero, cuando llegaron ahí, se encontraron con una máquina heredada que no está construida ni preparada para responder a las necesidades populares. Un aparato que no está pensado para articular con organizaciones de base ni tiene formas para construir de abajo hacia arriba.

Algo importante como práctica de construcción fue la reforma de la constitución donde se dio un profundo proceso de participación y discusión de los dirigentes de movimientos sociales con compañeros que estaban trabajando en el gobierno. Más de 120 enmiendas populares se presentaron con alrededor de 33 millones de firmas. Fue una experiencia impresionante de participación, de trabajo y de organización.

También comprendimos luego que el país no funciona según la constitución. Que ese enorme aparato se pone en funcionamiento desde los reglamentos donde cada gobernante acomoda en sus términos la forma de país que impulsa.

Entonces aparece la corrupción. Y el único modo que encontramos para combatir la corrupción es aumentar las instancias de control, lo que vuelve mucho más engorroso el sistema, los proyectos dan más vueltas, tienen que pasar más miradas. Hemos logrado cambiar más cosas a nivel decisorio
-ahí donde creíamos que no podíamos entrar- que en las instancias de ejecución de esas mismas políticas. Surge así, un nuevo desafío en el que no habíamos pensado porque creíamos que estos cambios dependían de la voluntad política.

La tarea es, entonces, reformular la tecnología de gestión del Estado en todos los sectores de aplicación de políticas públicas. En necesario poner imaginación y creatividad para formular el cómo. ¿Quién tiene que hacerlo? Nosotros, ¿quién más? Pero tiene que ser un nosotros muy amplio. Tenemos que ayudar al compañero que está dentro del Estado.

Muy rápidamente aparecen los que promueven la idea del "espíritu de compra". Ese que no hace otra cosa que desalentarnos: "Fulanito ya se corrompió"; "ya no es el mismo, ¿quién lo diría?". Le damos una interpretación moral o ética a algo que tiene una causa técnica y que no conocemos ni logramos comprender.

Los compañeros que están en la gestión estatal en Brasil se encuentran con que la estructura está toda destruida, desvencijada, abandonada y saben que para poder impulsar las políticas tiene que trabajar con las organizaciones en su implementación. Como contraparte, las organizaciones no queremos dejar de existir y sabemos que para eso tenemos que obtener recursos, por eso nos resistimos a dejar que todos los espacios sean cubiertos por el Estado. Pensamos que es muy justo lo que quiere hacer el compañero al transmitir recursos a las organizaciones para que lo ayuden en la implementación de las políticas.

Esa es la parte conciente. La parte inconciente es que todos necesitamos empleo y así se producen las rivalidades en la obtención de recursos. Entonces, en lugar de buscar una articulación entre las organizaciones y el Estado se pasa a la disputa de organizaciones por esos recursos y allí se rompen articulaciones importantísimas. Esto también se convierte en un arma de doble filo, porque no hay razón para oponerse a esto: qué mejor control y utilización de los recursos destinados a políticas públicas que el impulsar que las propias organizaciones populares, de base, sean las responsables junto al Estado de su implementación. Pero en la práctica ocurren otras cosas: aparecen rivalidades, disputas que rompen lo que existía de articulación.

Invención de la historia que viene

Frente a la crisis financiera mundial actual, salen presidentes y economistas a postular que debemos reformular el capitalismo. ¿Y nosotros qué propuesta tenemos para este momento? Nada más que una idea vaga del socialismo y algunas intuiciones respecto del Estado, pero no tenemos nada en concreto, en la práctica. Desde las fuerzas populares, las izquierdas democráticas, los movimientos sociales: ¿cómo vamos a aprovechar esta crisis, cómo vamos a capitalizar este momento de reacomodamiento?

Esto nos añade un desafío más, no basta con tener una serie de propuestas inmediatas para la aplicación de políticas públicas. Tenemos que empezar a construir una narrativa del futuro. Tenemos que empezar a contar la historia de lo que va a ser. Una historia que tenga armonía, que pueda encantarnos como pueblo. Esa es la otra cuestión. En la medida en que no podamos tomar desde el Estado medidas más radicales, políticas más fuertes hacia la modificación de las desigualdades, hacia la reformulación en la distribución de la riqueza y contraponiéndonos a los intereses antipopulares no vamos a romper con los conflictos de clases, no vamos a lograr una homogeneización social, una masa formada que pueda discutir, disputar e impulsar un nuevo proyecto de país.

Es un proceso que tenemos que realizar colectivamente, en un diálogo fuerte y sincero frente a frente entre las organizaciones populares. El desafío es reinventar el modo. Hay que sumar a más gente. Es claro que el pueblo no es tonto; cuando se aplican de hecho políticas públicas que cambian concretamente la vida del pueblo y realmente se redistribuye, el pueblo se da cuenta de que eso es mejor y con solo vivir esas políticas puede discutir, reflexionar, convencerse y se suma en este nuevo proyecto de país. No podemos contar con el crecimiento y razonamiento espontáneo del pueblo.

Tenemos que construir una forma de unidad y sabemos que una forma que tenemos hoy es la concreción de redes, aunque éstas también tienen sus problemas. Las redes suelen articularse sobre temas específicos en los que se consolidan por solidaridad o como resistencia, donde lo máximo que se alcanza es el intercambio de experiencia. Las acciones e incidencia de estas redes son muy puntuales, particulares.

Necesitamos construir articulaciones, pero esas articulaciones tienen que involucrarnos en un proyecto y una identidad que nos permita convocar e incluir a más gente. Para eso tenemos que formarnos y formar a más personas. ¿Cómo hacerlo? No hay una respuesta cierta, pero no podemos volver atrás. Debemos enfrentar los desafíos presentes hoy, aquí. No podemos dejarnos achicar por los formularios Y las reglas de la gestión pública. Pero, además, hay que inventar la historia que viene, una historia que nos enamore, que nos encante. Como las estrellas que seguían los navegantes para volver a su tierra: su hogar no quedaba en las estrellas, pero les servían para guiarse y llegar al lugar que añoraban.

Nos dicen que ya no hay utopías porque éstas no se han realizado. ¡Qué tontería pensar que las utopías son un plan para realizarse! Las utopías son para guiarse, una estrella que nos permite llegar a algún puerto. Nos sirven para saber en qué rumbo vamos, para corregir la dirección cuando nos desviamos. Si los marineros que se guiaban por medio de las estrellas hubieran intentado llegar a esas estrellas, se hubieran vuelto locos y hubieran quedado dando vueltas en falso en el mar.

Tenemos que construir sueños, darles el más alto grado de concreción y realismo posible, pero siempre sabiendo que son sueños. Ahora bien, saber que son sueños no es decir que no sirva para nada, que sea algo que se desvanece. Algo que se va a ir reformulando mientras caminamos.


Imaginación, concreción y deseo Lo que estamos viviendo en América latina y en este tiempo, no lo ha vivido nadie tal cual está ocurriendo. Quizás existieron procesos similares en los que uno puede buscar guías, acercamientos, pero nunca un proceso es exactamente igual a otro porque se da en otras condiciones, en otros momentos históricos. Por eso es un desafío que tenemos que enfrentar nosotros mismos y buscar las opciones, tenemos que inventar.

Tenemos que ser capaces de pensar lo que no se ha pensado antes, ni por nosotros ni por nadie. Y tenemos que hacerlo articuladamente; no basta con ser cinco loquitos en un bar, tomando cerveza o una botella de vino, eso se queda ahí y no cambia nada.


Tenemos que desarrollar dos tipos de intervenciones: una, que trate de responder a las demandas inmediatas, eso nos da conocimiento de cómo funciona el Estado, de cómo ponemos en funcionamiento las cosas. La otra, construir los espacios con los compañeros y el tiempo necesario para generar sueños compartidos. Y, poco a poco, transformar los sueños en proyecto.

No se trata sólo de decir: "Ahora vamos a sentarnos a imaginar". Hay que desarrollar la imaginación. Porque es como un músculo que debemos ejercitar todo el tiempo. Me espanto de que la mayoría de los compañeros no leen ficción ni poesía, leen ciencias políticas, periodismo, investigaciones, ciencias y ensayos. Pero la ciencia sólo puede hablar de lo que ya existe, lo que está inventado. ¿Cómo y de dónde vamos a sacar las palabras que no fueron dichas todavía? Los seres humanos no actúan sin antes decir, por lo menos a sí mismos lo que van a hacer. Para levantarse y lavarse los dientes, antes hay que nombrarlo. Todo el tiempo estamos contándonos lo que va a pasar en nuestro futuro.

Contaminarnos de ficción, juntarnos con las personas que tienen la imaginación fértil, contagiarnos de la posibilidad de inventar cosas nuevas. Animarnos a decir "y si. .. tal cosa ocurriera". El impulso primero tiene que ser del orden del deseo, aun cuando sea lo más absurdo que se nos ocurra, no podemos empezar con realismo porque nos quedaríamos cortos, no iríamos a ninguna parte. Seguramente lo primero que salga va a ser increíble, imposible de lograr. Pero ahí es donde podemos preguntarnos "¿y si ...?" Entonces nos iremos acercando a lo realmente posible. Siempre tenemos que comenzar lejos, para luego ir acercándonos hasta lo posible. Si comenzamos por lo posible, entonces no vamos a avanzar nada.

Muchas veces ocurren cosas como las que relata Ray Bradbury en uno de sus cuentos. Es una historia de 1970, y ocurre en un día muy especial porque se festeja el centésimo aniversario de un viaje al futuro que hizo un fulano 100 años antes. Resulta que este hombre había logrado viajar al futuro y a su regreso contó y mostró (porque tenía pruebas, películas y pruebas de análisis del agua y documentos) lo que allí había visto: "En el futuro -explicaba- vamos a resolver los problemas de energía. No habrá más problemas de polución. No he visto ninguna señal de guerra".

Luego, pasados los 100 años de dicho viaje la gente se junta a celebrar con alegría el cumplimiento de lo que el viajero había visto y comprobado. En el momento de la celebración esperan ver la llegada de su nave, pero nunca aparece.

Entonces el hombre confiesa que nunca había viajado a ningún lado. Que cuando tenía 20 años estaba cansado de los malos augurios que se pronosticaban para el futuro, cansado de vivir en un tiempo donde la gente se regocijaba por las catástrofes repitiendo que ya lo habían anticipado. Y que por esa razón pasó muchos años buscando objetos y documentos que parecieran pruebas del futuro y con eso comunicar lo que sólo era su deseo de futuro. Como le creyeron, lo único que había ocurrido era que todos se pusieron a trabajar para la realización de eso que creyeron posible. Esa es la fuerza que tienen los deseos los sueños. Porque algo que produce realidad (un sueño que se cree y quiere verdadero) es realmente posible.



Difundido por Edgardo Riera - CEUR - CONICET Argentina



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