sábado, 23 de agosto de 2008

Quetglas

Desarrollo local.
Elegir lugares para vivir, para trabajar, para soñar.

Una revolución cerca de casa




Por Fabio Quetglas
* Responsable de Investigaciones del Centro Tecnológico de Desarrollo Regional “Los Reyunos” (UTN, San Rafael, Mendoza).



10/08/2008. Desde que el uso del concepto “desarrollo local” se ha popularizado, quienes nos dedicamos a la materia vivimos un doble sentimiento: la alegría de ver cómo se suman personas y sectores a una visión humanista, racional e integral del desarrollo y la desazón por los equívocos que se invocan en su nombre.

Así y todo, no dejan de conmovernos las noticias acerca de creativas respuestas a favor de la calidad de vida puestas en práctica en espacios geográficos concretos y determinados que se suceden día a día, juntamente con reclamos de autogobierno, experiencias de concertación entre municipios, novedosas formas de participación, etcétera.

Si bien suele, lamentablemente, asociarse desarrollo local con una difusa idea de “desarrollo pequeño”, también es verdad que el rescate de los esfuerzos de los pequeños pueblos, ciudades y espacios rurales por dotarse de un estándar de vida mejor, en base a sus propias respuestas, es el principio de un modo distinto de concebir el desarrollo.Un día nos enteramos de que el pueblo de Balcarce inicia una cruzada a favor de un entorno más saludable; otro día, que las ciudades no autogobernadas de la provincia de Buenos Aires reclaman por normas más adecuadas a los tiempos que corren; otro, que la Sepyme (Secretaría de Estado para la Pequeña y Mediana Empresa) impulsa a lo largo y ancho del país, con suerte dispar, la formación de agencias de desarrollo para que el sector público local y los actores del mundo productivo construyan consensos, planifiquen estrategias, etcétera; y también vemos que los medios masivos de comunicación se hacen eco, a través de suplementos especiales, de la lucha por sobrevivir de pequeños pueblos asediados por el olvido y la falta de políticas de integración territorial adecuadas.

La tendencia es creciente: cada vez más ciudades o grupos de ciudades organizadas en pequeñas regiones, desde el sector público, desde el privado o desde el tercer sector, ensayan un abordaje distinto a sus políticas públicas: con la mirada puesta en ese entorno, en esa población, en las historias de cada lugar. No es una tendencia, ni mucho menos, exclusivamente argentina, ni siquiera es una tendencia exenta de problemas; pero resulta absolutamente saludable en un país tan inclinado a mirar hacia al centro y hacia afuera.

Para valorar lo que denominaremos ligeramente “esfuerzos localistas”, digamos que las dos oleadas que más condicionaron la configuración del territorio argentino fueron el trazado ferroviario del siglo XIX y la localización de los estímulos estatales en el proceso de sustitución de importaciones del siglo XX.

La suma de ambos fenómenos dio como resultado uno de los países más desequilibrados del mundo. Recursos financieros, recursos humanos y decisiones fueron concentrándose en detrimento de la calidad de vida de las mayorías y lamentablemente fueron transformando enormes extensiones de nuestro país, por su dependencia financiera, en tierra fértil para la construcción política dependiente de los recursos nacionales, y por el subdesarrollo resultante en espacio idóneo para el clientelismo, la cultura del subsidio y todo tipo de conductas sociales que derivan en una democracia de baja calidad.

Así y todo, hay intendentes, miembros de ONG, empresarios y ciudadanos de a pie, que han invertido el razonamiento y, dejando de esperar la llegada de un Mesías cada vez más esquivo, comenzaron por descubrir el valor de lo que tienen al alcance de su mano: su capacidad de autoorganización y concertación, recursos naturales bien interesantes y un patrimonio cultural y una historia por defender; también trabajar por revertir lo que les falta, entre otras cosas: baja capacidad de gestión estatal, infraestructuras insuficientes (y un clima institucional que impide el financiamiento a largo plazo), capacidad de retención de sus recursos humanos de calidad, y vínculos institucionales inadecuados entre los distintos niveles de gobierno (y aquí reside gran parte de la suerte de estos procesos).

Lamentablemente, muchos decisores públicos no están entendiendo lo que pasa o lo ignoran o lo rechazan por no poder categorizarlo, se quedan en lo emergente y creen que la revalorización del espacio de proximidad es algo demasiado pequeño en el marco de sus grandes reflexiones trascendentes.

He oído todo tipo de consideraciones que van desde el desprecio de la gestión municipal, la asociación de “desarrollo local = economía de subsistencia”, hasta consideraciones acerca de cómo se vinculaba este fenómeno con la situación del Estado-nación.Entre otros “beneficios” el Desarrollo local (que no debe ser obra exclusiva de los gobiernos locales) es un buen espacio para reflexionar sobre relaciones entre niveles jurisdiccionales, asignaciones territoriales del presupuesto público y otras tareas pendientes en la construcción de un país más justo.

Soy de los que creen que volver a pensar el territorio es una tarea significativa que debe comprometernos. Pensar el territorio más allá de la topografía, el que incluye a la sociedad y su movilidad, el que incluye a las instituciones. Ese nuevo territorio institucional que se construye con las regiones concertadas. Apenas unas cien ciudades sobre más de dos mil que existen en nuestro país han ensayado formas novedosas de gestión de producción o de innovaciones políticas; los números son claros, hay un movimiento pero falta mucho por hacer. Sin embargo, me gusta afirmar que quizás, sin darnos cuenta, estemos impulsando una revolución cerca de casa, en ese lugar que amamos y donde viven nuestros sueños.

p1. No confundir gordura con hinchazón. No cualquier iniciativa que incremente el nivel de actividad local puede ser encasillada en ese rubro. El eje que determina la diferencia es muy sutil y se relaciona con el incremento de capacidades locales. Ni recibir un subsidio, ni que coyunturalmente aumente el precio del producto que se produce en un sitio son por sí mismas causales de desarrollo. Quienes defendemos el desarrollo como elemento emancipatorio no podemos dejar de señalar esto.

p2. La plata no es todo. Sin dudas disponer de un elevado nivel de producto por habitante es un indicador interesante y siempre debe tenerse en cuenta a la hora de cualquier análisis; pero lo cierto es que la calidad de vida y la capacidad de respuesta social a los desafíos no se puede medir por ese (en este caso) pobre indicador.
Otros factores cuentan y mucho, desde lo más obvio como puede ser el modo de distribución del producto, hasta otras cuestiones como las garantías jurídicas (y las prácticas sociales) que refieran a minorías, la calidad de las instituciones democráticas, el nivel educativo, la protección del ambiente, etcétera.
Desarrollo no es prosperidad en base a una cultura extractiva.Unos 15.000 años de existencia de las ciudades, contra unos trescientos de existencia de los Estados pueden dar cuenta de la importancia (al menos histórica) de lo local.

En un espacio local articulado (la polis griega) nació la democracia; en un espacio local (las ciudades-estado italianas) floreció el movimiento que recolocó al hombre en el centro de las reflexiones; quizá la enorme conciencia norteamericana de ser 13 colonias unidas y no un solo territorio haya determinado en muchos sentidos la suerte de esa nación, etcétera.Pero, bueno es decirlo, muchas veces la idea de local excede el ámbito estrecho del pensamiento (de alguna manera hay que llamarlo) administrativo; y entonces hay que potenciar regiones, concertar actividades comunes, redefinir competencias, etcétera. Lo dicho no es en detrimento del municipio sino en su defensa.

Todo lo dicho, mucho tiene que ver con la histórica relación entre territorio e identidad; revalorizar lo local en tiempos de globalización es de algún modo revalorizar lo plural contra lo homogéneo. Un deseo que compartimos muchos.Lo que me pasa a mí le pasa a tantos, a todos los que vamos construyendo nuestra identidad a lo largo de la vida y elegimos lugares para vivir, para trabajar, para soñar, para extrañar; en cada uno de ellos hacemos amigos y trazamos historias y para cada uno de ellos queremos lo mejor.

Desde cada rincón del planeta podemos defender el autogobierno, para el desarrollo, para un mundo plural y libre, donde la identidad no sea ya fuente de guerra sino de reconocimiento y admiración recíproca.

Fuente: Revista Debate




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