Desarrollo, de Frondizi a hoy
Por Fabio Quetglas
El centenario del nacimiento de Arturo Frondizi puede permitirnos evaluar la evolución del ideario desarrollista. Hace 50 años,o en América latina, el desarrollo era casi sinónimo de industrialismo y cada fábrica que abría era una esperanza.
Estábamos aún lejos de cuestionamientos ambientales o de equilibrio territorial o de análisis más sutiles sobre la conformación del tejido económico. En aquellos años de deterioro del precio de las materias primas y de necesidad de agregar valor en territorio nacional a nuestros recursos, desarrollo era industria, y en muchos sentidos sigue siéndolo. Pero muchas veces la simplicidad nos acaba tendiendo una trampa.
El camino al desarrollo ha sido casi universalmente un escenario y conflictivo, y quizás una condición ineludible de su éxito es disponer de un aparato institucional que sostenga, refleje y facilite los acuerdos complejos que una construcción social sofisticada merece.
Es difícil pensar que el desarrollo pueda ser construido por una voluntad política ajena a un consenso. Sin embargo, es bueno señalar que la ausencia de consensos que estabilicen el proceso político y brinden un horizonte que trascienda una gestión de gobierno coyuntural ha sido la constante política de América latina en el siglo XX.
Por alguna razón, el acuerdo político no goza de prestigio en está zona del mundo y es leído siempre en clave desvalorizada. La sociedad ha tendido más a valorar a los líderes de palabra impostada y de posiciones irreductibles. Pero la paradoja es que el desarrollo como construcción requiere de tiempos y aprendizajes, para los cuales dichos liderazgos son negativos.
La convicción de que no existe una receta simplificada, ni una personalidad salvadora, ni un cambio de condiciones externas que por sí mismo puedan "producir desarrollo" es un avance sustantivo, pero no suficiente.
Debe acompañarse de una movilización social amplia para abordar una agenda a favor de una ciudadanía más amplia, más crítica y más responsable. Porque así como no es posible construir desarrollo sin gobernabilidad, tampoco habrá gobernabilidad democrática sin una ciudadanía incluida y valorada.
Por Fabio Quetglas
El centenario del nacimiento de Arturo Frondizi puede permitirnos evaluar la evolución del ideario desarrollista. Hace 50 años,o en América latina, el desarrollo era casi sinónimo de industrialismo y cada fábrica que abría era una esperanza.
Estábamos aún lejos de cuestionamientos ambientales o de equilibrio territorial o de análisis más sutiles sobre la conformación del tejido económico. En aquellos años de deterioro del precio de las materias primas y de necesidad de agregar valor en territorio nacional a nuestros recursos, desarrollo era industria, y en muchos sentidos sigue siéndolo. Pero muchas veces la simplicidad nos acaba tendiendo una trampa.
El camino al desarrollo ha sido casi universalmente un escenario y conflictivo, y quizás una condición ineludible de su éxito es disponer de un aparato institucional que sostenga, refleje y facilite los acuerdos complejos que una construcción social sofisticada merece.
Es difícil pensar que el desarrollo pueda ser construido por una voluntad política ajena a un consenso. Sin embargo, es bueno señalar que la ausencia de consensos que estabilicen el proceso político y brinden un horizonte que trascienda una gestión de gobierno coyuntural ha sido la constante política de América latina en el siglo XX.
Por alguna razón, el acuerdo político no goza de prestigio en está zona del mundo y es leído siempre en clave desvalorizada. La sociedad ha tendido más a valorar a los líderes de palabra impostada y de posiciones irreductibles. Pero la paradoja es que el desarrollo como construcción requiere de tiempos y aprendizajes, para los cuales dichos liderazgos son negativos.
La convicción de que no existe una receta simplificada, ni una personalidad salvadora, ni un cambio de condiciones externas que por sí mismo puedan "producir desarrollo" es un avance sustantivo, pero no suficiente.
Debe acompañarse de una movilización social amplia para abordar una agenda a favor de una ciudadanía más amplia, más crítica y más responsable. Porque así como no es posible construir desarrollo sin gobernabilidad, tampoco habrá gobernabilidad democrática sin una ciudadanía incluida y valorada.
Fuente: Clarin
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