Juntar el derecho y la poesía ya es una provocación surrealista.
Es el crepúsculo de los dioses del saber. La caída de sus máscaras rígidas. La muerte del maniqueísmo juridicista.
Un llamado al deseo. Una protesta contra la mediocridad de la mentalidad erudita y al mismo tiempo un saludable desprecio por la enseñanza en cuanto oficio.
Es recrear al hombre provocándolo para que procure pertenecerse por entero, para que sienta una profunda aversión contra las infiltraciones de una racionalidad culposa y místicamente objetivista, convertida en “gendarme” de la creatividad, del deseo y así como de nuestra ligación con los otros…
Luis A. Warat
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