“La
participación ciudadana no es una varita mágica”
La
'burbuja' de las consultas populares a la que se apuntan cada vez más
municipios pueden tener el efecto contrario si no se hacen bien: que nadie vote
15/01/2017.
Maria Zuli Datos: Jesús Escudero
La democracia directa está de moda. Cada vez más municipios y gobiernos regionales de uno y otro color se suman a preguntar a los ciudadanos cómo quieren que sea su ciudad, y llevan a cabo mecanismos para que sea la gente la que lleve la voz cantante. La 'burbuja' de la participación es imparable, pero también está siendo cuestionada por cómo se está llevando a cabo. Las prisas, los errores metodológicos o las improvisaciones pueden provocar precisamente lo contrario: la pérdida de confianza por parte del ciudadano, que se utilice como arma política o que genere desigualdades.
Demasiada información técnica
Esta misma semana Manuela Carmena
anunciaba que la decisión de peatonalizar la Gran Vía se tomará por votación
popular, igual que el proceso de remodelación de Plaza de España, donde se está
dando a elegir a los madrileños cómo quieren que sea uno de los lugares más
concurridos de la capital. La consulta, donde se ha elegido ya entre 70 proyectos arquitectónicos,
ha sido una de las primeras iniciativas de democracia directa que el gobierno
de Ahora Madrid pone en marcha en la capital, y por tanto, una de los más
mediáticas. Las críticas sobre el proceso, que finalizará este mes con el proyecto definitivo, la han acompañado durante todo el
procedimiento y son comunes a muchas iniciativas de participación popular.
La primera de ellas ha sido el volumen
de información y su lenguaje técnico. “La información no era comprensible para
el común de los mortales, sólo para expertos”, explica Paula Cid, socióloga
urbanista y autora de un estudio donde analizan la metodología de la consulta.
“La redacción debe hacerse pensando en un
niño de 7 u 8 años, porque es la única manera que te garantizas
que todo el mundo, independientemente de su nivel de formación, va a poder
entenderlo y por tanto participar. Ni yo que me encanta el tema pude verlo
todo”, añade.
Además, entre los proyectos figuraban opciones que podían llevarse
a cabo y que fueron posteriormente descartados, un error que
reconocen desde el Ayuntamiento. “Tendríamos que haber hecho una limpieza
primero. El proyecto que quedó segundo en votación popular no ha pasado a la
siguiente fase por que el jurado técnico tenía muchas dudas de que cumpliera
las bases”, explica Pablo Soto, delegado del Área de Participación Ciudadana, Transparencia
y Gobierno Abierto, quien considera que estas equivocaciones son fruto del
carácter innovador de los procesos que irán puliendo en el futuro.
“Tener más de diez proyectos es
problemático, pero para limpiar hay que tener cuidado, ser muy objetivo, porque
corres el riesgo de que políticos y técnicos quiten lo que no les gusta y la
gente acabe eligiendo entre lo que quiere el gobierno”, considera Soto. Sin
embargo, para Vicente Díaz, profesor de Arquitectura de la Universidad de Las
Palmas, los ayuntamientos también tienen que “asumir riesgos”: “Van a tener técnicos
que les digan unas cosas y ciudadanos otras, hay que tomar decisiones
políticas, aunque te asesores, y dar unas pocas alternativas que sean
representativos y viables”.
Ausencia de debate
Concebir la votación como fin y no
como medio, suele ser uno de los errores habituales en las medidas de
participación. “Las consultas ciudadanas deben ser inicio o conclusión de un
proceso más amplio, no quedarse sólo en la votación”, considera el politólogo
Pablo Simón.
Por ese motivo organizaciones como
Ecologistas en Acción o la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de
Madrid (FRAVM) decidieron bajarse del proceso participativo de Plaza de España
que el Ayuntamiento organizó al inicio por considerarlo “apresurado”.
“Reconocemos la buena voluntad municipal, pero cuando hablamos de participación
ciudadana no puede
tratarse sólo de votar desde el sillón; tiene que haber debate,
negociación y mucha más información previa para saber qué votar”, defiende
Enrique Villalobos, presidente de la FRAMV.
“No hay que dejar las decisiones
urbanísticas a cuestiones como una imagen
más bonita o más fea, si no elaborar procedimientos donde la
respuesta sea conjunta, fruto de una reflexión colectiva”, añade Jon Aguirre
Such arquitecto urbanista del estudio Paisaje Transversal.
Brechas y propuestas interesadas
Las consultas ciudadanas tienen además
una serie de sesgos, provocados por cómo se llevan a cabo las consultas
-priorizando el entorno online- y por su propia naturaleza. “Los que están más interesados y tienen más recursos,
formación y tiempo participan más, por lo que surge un sesgo a
favor de determinadas demandas. Aunque todo el mundo pueda participar, el
ayuntamiento o el gobierno tiene que promediar entre todos, los que participan
y los que no”, considera Simón. “La participación ciudadana es un mecanismo
interesante, pero no es la panacea ni una varita mágica que haga que la gente
se empodere y todos participen, porque eso no ocurre, la mayoría prefiere
confiar en los políticos y que ellos se encarguen de gestionar” añade el
politólogo.
Los procesos de abajo a arriba -cuando
es la ciudadanía la que propone- pueden además ser una vía para que un grupo
movilizado lleve adelante una propuesta que responda a sus propios intereses
y no a los generales. “Cuando hablamos de participación directa la gente se
cree que somos individuos aislados que cogemos una decisión y votamos, pero no
es verdad: se hacen campañas, se movilizan grupos de interés, organizaciones,
igual que pasa en las instituciones con las presiones de los lobby, por
ejemplo”, considera Simón.
Propuestas disparatadas y duplicadas
El año pasado, el Gobierno británico
dio a elegir a los ingleses cómo querían que se llamase uno de los buques de la
marina real, pero el sondeo no les salió muy bien. “Barquito cara de barco”
(Boaty McBoatface) fue el nombre elegido por 124 mil personas. Hasta Forocoches introdujo una propuesta ('Blas de Lezo', en honor
de un marino español que humilló a los británicos), que fue eliminada por la
administración.
Aunque el curioso nombre no fue
aceptado por el Gobierno, la anécdota refleja también las consecuencias de utilizar la participación ciudadana
cuando no toca: “A veces la participación, sobre todo la que
implica una decisión colectiva, no es apropiada y es mejor preguntar sólo por
opiniones, dar buena información o preguntar a expertos”, explica Mary
Francoli, doctora de Periodismo en la universidad de Carleton, en Canadá.
También hay que tener cuidado con lo
que se pregunta, sobre todo cuando se empieza. El Ayuntamiento de Sevilla
dedicó su primera consulta ciudadana a decidir si adelantaban la Feria de Abril, para mofa de las
redes sociales y descrédito de una voluntad política que apenas había comenzado
a andar. “Hay que poner a debate temas trascendentales para que la ciudadanía
se implique”, considera Gerard Quiñones politólogo y miembro de Neòpolis, una
consultora sobre participación ciudadana para administraciones.
¿Votar para todo?
Una de las críticas de los detractores de la
participación ciudadana es tener que estar votando continuamente. En España, la
escasa trayectoria de estas iniciativas no ha llegado a ese punto, pero sí
existe debate sobre lo que es deseable. “Entre dos y cuatro, como mucho seis al
año”, explica Soto. El número es relevante porque un exceso de llamadas a la
votación puede hacer que la gente deje de sentirse interesada, sobre todo
cuanto más técnicas y lejanas sean. “Cuanto más local es una propuesta, más
implicación hay, tanto por el interés como por la presión social de tu entorno
por votar”, explica Simón. En California, con una gran trayectoria en
votaciones populares, optan por juntar
varias consultas el mismo día para aumentar la afluencia. Por
ejemplo, en las últimas elecciones estadounidenses votaron además 17
propuestas.
Ahora Madrid tuvo que bajar el porcentaje de participación
del 2% al 1% del censo para considerar que una medida de la
plataforma Decide Madrid (donde se proponen y votan iniciativas
ciudadanas), pasaba a la siguiente fase, en la que llamarán a las urnas a toda
la población en febrero.
Sólo dos de 15.000 propuestas lo han conseguido, y una de
ellas, un billete único para toda la red de transporte, ni si quiera es
competencia del Ayuntamiento. “Uno de los problemas de la plataforma es la
cantidad de propuestas que llegan, que generan frustración por quien presenta
algo porque piensa que es imposible que llegue a buen término. Esto tiene que
ver con las propuestas repetidas. Estamos viendo cómo arreglarlo”, reconoce
Soto.
Trasladar responsabilidades
La participación ciudadana también
puede utilizarse como arma
para legitimar decisiones previamente tomadas desde los
despachos de los políticos. En el año 2010, el Ayuntamiento de Barcelona
preguntó a los barceloneses tres opciones para el futuro de la avenida
Diagonal. “Fue un fiasco, la gente pensaba que les estaban engañando. Había una
propuesta muy desarrollada, por la que apostaba el Ayuntamiento, otra mucho
menos, y la otra era no hacer nada, y la gente votó no hacer nada porque
creyeron que les estaban manipulando”, explica Díaz, el profesor de
arquitectura. El fracaso de la consulta, plagada además de errores en la
plataforma de votación, provocó la dimisión del Primer Teniente de Alcalde,
Carles Martí.
“Cuando la participación surge de
arriba a abajo, puede haber manipulación: no hay que olvidar que la
administración siempre va a querer que salga un resultado y no otro, y que es
quien maneja las reglas, decide el presupuesto, las preguntas que se hacen...”,
explica Simón, quien aboga por la creación de una institución independiente que ejerza
de 'árbitro', al estilo de una junta electoral. Además, la
rendición de cuentas recae sobre la ciudadanía y no sobre el político, al que
no se le puede hacer dimitir o penalizar en las urnas por una medida que no ha
tomado.
También puede ocurrir que muchos la
utilicen como
'maquillaje político' al tratarse de medidas donde
aparentemente se escucha a la población. “Hubo una época durante el Tripartito en Cataluña en la que muchos ayuntamientos nos
llamaban para llevar a cabo procesos, pero como una cuestión de imagen, no para
que se complementase a sus políticas”, añade Quiñones.
Es el caso de algunos presupuestos participativos,
que de una u otra manera están implementando la mitad de los municipios de más
de 100.000 habitantes en las capitales de provincia (unos 43). A pesar de
llamar a la decisión colectiva con su etiqueta, los presupuestos de 2017 de al
menos 12 municipios no
los votan los ciudadanos, sólo los proponen. Es el propio
ayuntamiento el que elige qué medidas tendrá en cuenta para un porcentaje
reservado para este propósito. Es el caso de Bilbao, Almería, Santander o
Albacete.
Transparencia y feedback
Es cierto que la falta de cultura
popular en estos procesos -que aunque no son nuevos, sí perdieron fuerza desde
los 80- obligue a ir aprendiendo sobre la marcha, con el coste político que
implica, pero las malas praxis y las prisas pueden tener un resultado
contraproducente: que la gente deje de participar porque no se sienta implicada
o se vea engañada. “La participación tiende a mejorar democracia, es un
complemento, y para eso es importante que no se utilice para quitarse la pelota de encima
porque no se sepa gobernar, si no para gobernar
mejor”, añade Quiñones.
Además, sería conveniente que las
administraciones rindieran cuentas sobre el feedback recibido. “La gente
quiere saber que sus opiniones han sido escuchadas, si no, se deslegitima el
proceso participativo”, considera Francoli. “La clave es la transparencia”.
Fuente:
http://www.elconfidencial.com
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