lunes, 6 de febrero de 2017

Debate: participación ciudadana y mecanismos



“La participación ciudadana no es una varita mágica”

La 'burbuja' de las consultas populares a la que se apuntan cada vez más municipios pueden tener el efecto contrario si no se hacen bien: que nadie vote

15/01/2017. Maria Zuli Datos: Jesús Escudero

La democracia directa está de moda. Cada vez más municipios y gobiernos regionales de uno y otro color se suman a preguntar a los ciudadanos cómo quieren que sea su ciudad, y llevan a cabo mecanismos para que sea la gente la que lleve la voz cantante. La 'burbuja' de la participación es imparable, pero también está siendo cuestionada por cómo se está llevando a cabo. Las prisas, los errores metodológicos o las improvisaciones pueden provocar precisamente lo contrario: la pérdida de confianza por parte del ciudadano, que se utilice como arma política o que genere desigualdades.

 

Demasiada información técnica

Esta misma semana Manuela Carmena anunciaba que la decisión de peatonalizar la Gran Vía se tomará por votación popular, igual que el proceso de remodelación de Plaza de España, donde se está dando a elegir a los madrileños cómo quieren que sea uno de los lugares más concurridos de la capital. La consulta, donde se ha elegido ya entre 70 proyectos arquitectónicos, ha sido una de las primeras iniciativas de democracia directa que el gobierno de Ahora Madrid pone en marcha en la capital, y por tanto, una de los más mediáticas. Las críticas sobre el proceso, que finalizará este mes con el proyecto definitivo, la han acompañado durante todo el procedimiento y son comunes a muchas iniciativas de participación popular.
La primera de ellas ha sido el volumen de información y su lenguaje técnico. “La información no era comprensible para el común de los mortales, sólo para expertos”, explica Paula Cid, socióloga urbanista y autora de un estudio donde analizan la metodología de la consulta. “La redacción debe hacerse pensando en un niño de 7 u 8 años, porque es la única manera que te garantizas que todo el mundo, independientemente de su nivel de formación, va a poder entenderlo y por tanto participar. Ni yo que me encanta el tema pude verlo todo”, añade.
Además, entre los proyectos figuraban opciones que podían llevarse a cabo y que fueron posteriormente descartados, un error que reconocen desde el Ayuntamiento. “Tendríamos que haber hecho una limpieza primero. El proyecto que quedó segundo en votación popular no ha pasado a la siguiente fase por que el jurado técnico tenía muchas dudas de que cumpliera las bases”, explica Pablo Soto, delegado del Área de Participación Ciudadana, Transparencia y Gobierno Abierto, quien considera que estas equivocaciones son fruto del carácter innovador de los procesos que irán puliendo en el futuro.
“Tener más de diez proyectos es problemático, pero para limpiar hay que tener cuidado, ser muy objetivo, porque corres el riesgo de que políticos y técnicos quiten lo que no les gusta y la gente acabe eligiendo entre lo que quiere el gobierno”, considera Soto. Sin embargo, para Vicente Díaz, profesor de Arquitectura de la Universidad de Las Palmas, los ayuntamientos también tienen que “asumir riesgos”: “Van a tener técnicos que les digan unas cosas y ciudadanos otras, hay que tomar decisiones políticas, aunque te asesores, y dar unas pocas alternativas que sean representativos y viables”.

 

Ausencia de debate

Concebir la votación como fin y no como medio, suele ser uno de los errores habituales en las medidas de participación. “Las consultas ciudadanas deben ser inicio o conclusión de un proceso más amplio, no quedarse sólo en la votación”, considera el politólogo Pablo Simón.
Por ese motivo organizaciones como Ecologistas en Acción o la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM) decidieron bajarse del proceso participativo de Plaza de España que el Ayuntamiento organizó al inicio por considerarlo “apresurado”. “Reconocemos la buena voluntad municipal, pero cuando hablamos de participación ciudadana no puede tratarse sólo de votar desde el sillón; tiene que haber debate, negociación y mucha más información previa para saber qué votar”, defiende Enrique Villalobos, presidente de la FRAMV.
“No hay que dejar las decisiones urbanísticas a cuestiones como una imagen más bonita o más fea, si no elaborar procedimientos donde la respuesta sea conjunta, fruto de una reflexión colectiva”, añade Jon Aguirre Such arquitecto urbanista del estudio Paisaje Transversal.

 

Brechas y propuestas interesadas

Las consultas ciudadanas tienen además una serie de sesgos, provocados por cómo se llevan a cabo las consultas -priorizando el entorno online- y por su propia naturaleza. “Los que están más interesados y tienen más recursos, formación y tiempo participan más, por lo que surge un sesgo a favor de determinadas demandas. Aunque todo el mundo pueda participar, el ayuntamiento o el gobierno tiene que promediar entre todos, los que participan y los que no”, considera Simón. “La participación ciudadana es un mecanismo interesante, pero no es la panacea ni una varita mágica que haga que la gente se empodere y todos participen, porque eso no ocurre, la mayoría prefiere confiar en los políticos y que ellos se encarguen de gestionar” añade el politólogo.

Los procesos de abajo a arriba -cuando es la ciudadanía la que propone- pueden además ser una vía para que un grupo movilizado lleve adelante una propuesta que responda a sus propios intereses y no a los generales. “Cuando hablamos de participación directa la gente se cree que somos individuos aislados que cogemos una decisión y votamos, pero no es verdad: se hacen campañas, se movilizan grupos de interés, organizaciones, igual que pasa en las instituciones con las presiones de los lobby, por ejemplo”, considera Simón.

 

Propuestas disparatadas y duplicadas

El año pasado, el Gobierno británico dio a elegir a los ingleses cómo querían que se llamase uno de los buques de la marina real, pero el sondeo no les salió muy bien. “Barquito cara de barco” (Boaty McBoatface) fue el nombre elegido por 124 mil personas. Hasta Forocoches introdujo una propuesta ('Blas de Lezo', en honor de un marino español que humilló a los británicos), que fue eliminada por la administración.
Aunque el curioso nombre no fue aceptado por el Gobierno, la anécdota refleja también las consecuencias de utilizar la participación ciudadana cuando no toca: “A veces la participación, sobre todo la que implica una decisión colectiva, no es apropiada y es mejor preguntar sólo por opiniones, dar buena información o preguntar a expertos”, explica Mary Francoli, doctora de Periodismo en la universidad de Carleton, en Canadá.
También hay que tener cuidado con lo que se pregunta, sobre todo cuando se empieza. El Ayuntamiento de Sevilla dedicó su primera consulta ciudadana a decidir si adelantaban la Feria de Abril, para mofa de las redes sociales y descrédito de una voluntad política que apenas había comenzado a andar. “Hay que poner a debate temas trascendentales para que la ciudadanía se implique”, considera Gerard Quiñones politólogo y miembro de Neòpolis, una consultora sobre participación ciudadana para administraciones.

 

¿Votar para todo?

Una de las críticas de los detractores de la participación ciudadana es tener que estar votando continuamente. En España, la escasa trayectoria de estas iniciativas no ha llegado a ese punto, pero sí existe debate sobre lo que es deseable. “Entre dos y cuatro, como mucho seis al año”, explica Soto. El número es relevante porque un exceso de llamadas a la votación puede hacer que la gente deje de sentirse interesada, sobre todo cuanto más técnicas y lejanas sean. “Cuanto más local es una propuesta, más implicación hay, tanto por el interés como por la presión social de tu entorno por votar”, explica Simón. En California, con una gran trayectoria en votaciones populares, optan por juntar varias consultas el mismo día para aumentar la afluencia. Por ejemplo, en las últimas elecciones estadounidenses votaron además 17 propuestas.
Ahora Madrid tuvo que bajar el porcentaje de participación del 2% al 1% del censo para considerar que una medida de la plataforma Decide Madrid (donde se proponen y votan iniciativas ciudadanas), pasaba a la siguiente fase, en la que llamarán a las urnas a toda la población en febrero. Sólo dos de 15.000 propuestas lo han conseguido, y una de ellas, un billete único para toda la red de transporte, ni si quiera es competencia del Ayuntamiento. “Uno de los problemas de la plataforma es la cantidad de propuestas que llegan, que generan frustración por quien presenta algo porque piensa que es imposible que llegue a buen término. Esto tiene que ver con las propuestas repetidas. Estamos viendo cómo arreglarlo”, reconoce Soto.

 

Trasladar responsabilidades

La participación ciudadana también puede utilizarse como arma para legitimar decisiones previamente tomadas desde los despachos de los políticos. En el año 2010, el Ayuntamiento de Barcelona preguntó a los barceloneses tres opciones para el futuro de la avenida Diagonal. “Fue un fiasco, la gente pensaba que les estaban engañando. Había una propuesta muy desarrollada, por la que apostaba el Ayuntamiento, otra mucho menos, y la otra era no hacer nada, y la gente votó no hacer nada porque creyeron que les estaban manipulando”, explica Díaz, el profesor de arquitectura. El fracaso de la consulta, plagada además de errores en la plataforma de votación, provocó la dimisión del Primer Teniente de Alcalde, Carles Martí.
“Cuando la participación surge de arriba a abajo, puede haber manipulación: no hay que olvidar que la administración siempre va a querer que salga un resultado y no otro, y que es quien maneja las reglas, decide el presupuesto, las preguntas que se hacen...”, explica Simón, quien aboga por la creación de una institución independiente que ejerza de 'árbitro', al estilo de una junta electoral. Además, la rendición de cuentas recae sobre la ciudadanía y no sobre el político, al que no se le puede hacer dimitir o penalizar en las urnas por una medida que no ha tomado.
También puede ocurrir que muchos la utilicen como 'maquillaje político' al tratarse de medidas donde aparentemente se escucha a la población. “Hubo una época durante el Tripartito en Cataluña en la que muchos ayuntamientos nos llamaban para llevar a cabo procesos, pero como una cuestión de imagen, no para que se complementase a sus políticas”, añade Quiñones.
Es el caso de algunos presupuestos participativos, que de una u otra manera están implementando la mitad de los municipios de más de 100.000 habitantes en las capitales de provincia (unos 43). A pesar de llamar a la decisión colectiva con su etiqueta, los presupuestos de 2017 de al menos 12 municipios no los votan los ciudadanos, sólo los proponen. Es el propio ayuntamiento el que elige qué medidas tendrá en cuenta para un porcentaje reservado para este propósito. Es el caso de Bilbao, Almería, Santander o Albacete.

 

Transparencia y feedback

Es cierto que la falta de cultura popular en estos procesos -que aunque no son nuevos, sí perdieron fuerza desde los 80- obligue a ir aprendiendo sobre la marcha, con el coste político que implica, pero las malas praxis y las prisas pueden tener un resultado contraproducente: que la gente deje de participar porque no se sienta implicada o se vea engañada. “La participación tiende a mejorar democracia, es un complemento, y para eso es importante que no se utilice para quitarse la pelota de encima porque no se sepa gobernar, si no para gobernar mejor”, añade Quiñones.
Además, sería conveniente que las administraciones rindieran cuentas sobre el feedback recibido. “La gente quiere saber que sus opiniones han sido escuchadas, si no, se deslegitima el proceso participativo”, considera Francoli. “La clave es la transparencia”.



No hay comentarios.: