“La izquierda ha
desaparecido”
El sociólogo publica su último libro, 'Redes de
indignación y esperanza'
De la indignación a la esperanza es el camino descrito por el sociólogo Manuel Castells (Hellín, Albacete, 1942) en los movimientos de protesta que han sacudido los países árabes y Occidente, con especial presencia en España.
Un movimiento que se gesta en las redes informáticas y cuaja en los espacios urbanos ocupados: desde la Puerta del Sol o la plaza de Tahrir hasta Wall Street. Castells, catedrático en la Universidad del Sur de California, ve ahí el germen del cambio hacia formas de democracia más participativas. Lo explica en su última obra Redes de indignación y esperanza (Alianza).
Pregunta. Haga balance del movimiento de los indignados.
Respuesta. Va por países. En Islandia se
nacionalizaron los bancos, se echó a los dos partidos que la gobernaban desde 1927,
se creó un nuevo gobierno con democracia participativa, se elaboró una nueva
Constitución debatida por internet con miles de ciudadanos interviniendo. Fue
una revolución, pacífica, pero una revolución. En algunos países árabes se
acabaron las dictaduras. Se puede pensar si el islamismo gusta más o menos,
pero es otra cosa. Dictaduras inalteradas durante décadas se acabaron en
semanas. En Túnez. En Egipto. En otros casos, los gobernantes avisados
convirtieron las revueltas en guerra civil. En Estados Unidos la distinción
entre ricos y pobres era ajena a la cultura americana y ahora es un asunto vivo
y ha tenido un efecto electoral de segundo grado en la campaña, a favor de
Obama.
P. ¿En España?
R. España es el país de Europa donde el
sistema político ha mostrado menos sensibilidad ante la protesta, y con los dos
grandes partidos de acuerdo en ignorarla. El caso más dramático es el de las
hipotecas. Los suicidios han disparado la alarma social, pero hace más de un
año y medio que viene planteándose sin respuesta. La opinión pública ha
registrado las críticas del 15-M. Las encuestas señalan un 70% de apoyo, pero
también registran que apenas se cree que haya capacidad de cambio. Ha cambiado
la conciencia de la gente, pero el sistema político se mantiene impermeable. Y
esto puede degenerar en enfrentamientos y en violencia.
P. Una violencia que el movimiento rechaza de plano
R. Sí, pero hay un caldo abonado por las
provocaciones policiales (en España las hay) y la rabia de los jóvenes. Con una
sociedad movilizada, indignada, sin respuesta institucional creíble, es difícil
evitar la violencia. Espero que no la haya y mucha gente del 15-M lo espera
también. Pero hablamos de un movimiento, no de un partido, no de una
organización hermética que puede controlar la rabia de la gente.
P. Usted señala que parte de la desconfianza hacia los partidos se debe a que son percibidos como subordinados al capitalismo financiero. Pero anota que no hay un rechazo del capitalismo
R. Dentro del movimiento hay una tendencia
que es anticapitalista, pero no todo el movimiento lo es. Lo que se rechaza es
el sistema financiero como funciona ahora. Su indignidad e inmoralidad. Y
también la subordinación de las instituciones y los partidos a este estado de
cosas. El movimiento parte del malestar económico y social, pero es sobre todo
un movimiento político que exige la democracia real. Denuncia la falta de
alternativa. Salvo que se entre en el sistema político, pero para eso está la
ley electoral española que bloquea la entrada de minorías importantes. El
movimiento ha hecho varias propuestas razonables de democratización del sistema
electoral porque la sociedad ha cambiado, pero el sistema político no cambia. Y
es imprescindible restablecer la conexión.
P. En un momento del libro sintetiza usted algunas de esas propuestas. De 12 que recoge, ocho son negativas
R. El movimiento es, sobre todo, un
movimiento de crítica, de rechazo. A partir de ahí hay que abrir el debate. Y
se ha abierto con formas tanto asamblearias como reticulares en Internet,
esperando que de ese debate salgan fórmulas para el futuro que sean asumidas
por la ciudadanía. Hay propuestas positivas: la reforma de la ley electoral, la
modificación del sistema hipotecario, mecanismos de control sobre la banca. Lo
que no hay es un programa, sino sería un partido y no lo es. Pero este
movimiento ha generado más debate y ha creado más conciencia política que los
partidos en los últimos 20 años. Y todos los cambios empiezan en la mentalidad
de las personas. Más tarde ya se traducirá en votos. El problema es que ninguna
de las propuestas políticas refleja hoy esta nueva sensibilidad.
P. De modo que, cuando hay elecciones, vencen las formaciones que defienden lo contrario
R. Es que la izquierda ha desaparecido.
Hoy, en términos políticos, estamos en un periodo constituyente. No desaparecen
los partidos conservadores, pero la izquierda está en crisis, pese a que hay un
espacio de centroizquierda que no se llena porque la ley electoral funciona
como mecanismo de bloqueo. De todas formas, van surgiendo alternativas.
P. A largo plazo
R. El movimiento español tiene un
eslogan: “Vamos despacio porque vamos lejos”. Es decir, se trata de un
movimiento muy autorreflexivo que tiene perspectiva histórica y que ha empezado
a plantearse qué incidencia política se debe producir. Lo que no puede hacer es
transformarse en partido, eso haría que perdiera su legitimidad movilizadora,
pero pueden esperarse pactos entre nuevas formas organizativas y corrientes del
movimiento. Claro, es necesario que el sistema político sea flexible. En
Italia, por ejemplo, lo es; en España, no. Los partidos españoles se sienten
acosados, creen que si se abren desaparecen. Y tienen razón, sobre todo, la
izquierda. Y eso es dramático.
P. El movimiento se comunica a través de las redes informáticas, como antes los obreros se organizaban al coincidir en la fábrica
R. Todos los movimientos sociales nacen
de la comunicación. El individuo aislado con su enfado no tiene fuerza. Puede
suicidarse. Los suicidios son lo que precede a las revoluciones islámicas. La
gente pasa de la humillación a la autodestrucción. La suerte es que existe un
espacio de comunicación, internet, en el que muchos jóvenes viven. La gente se
organiza donde vive. Los obreros se comunicaron en las fábricas, los jóvenes de
hoy lo hacen en internet, pero es vital que luego ocupen el espacio público. Al
ocupar un espacio público, la gente se da cuenta de que existe y de que puede
imponer su derecho a la ciudad por encima de las reglas de tráfico. Lo que
produce los cambios históricos es la combinación de un espacio de comunicación,
un espacio de reunión, un espacio de incidencia política. Son viejas libertadas
(de reunión, de expresión) traducidas a la era digital. Los movimientos nacen
en la red y se organizan en el espacio urbano. Y como la ocupación del espacio
urbano no se puede eternizar (a veces de eso se encarga la policía) se
repliegan en la red, pero no desaparecen.
P. Una comunicación a la que el poder combate con la coacción y la manipulación
R. La dominación perfecta es la que no
se siente. Puede ser por adhesión a los valores dominantes o por resignación y
ahí los procesos de persuasión son fundamentales. Cuando fallan, se recurre a
la coerción, pero los mejores sistemas de control son los que no necesitan del
uso de la policía.
P. Resalta usted el papel de las emociones, del miedo que paraliza o la esperanza que estimula
R. La primera emoción que aparece es la
indignación. El miedo atenaza a la gente. Miedo a perder lo poco que le queda.
El miedo y la resignación paralizan a la gente. Esto salta cuando no se puede
más. En ese momento se supera el miedo. La esperanza llega cuando superas el
miedo y encuentras en las redes, en la calle, mucha gente que está como tú.
Empieza al hablar con otro, al sentir con otro. Al percibir que no tenemos el
poder pero estamos juntos y tenemos la razón con nosotros. Ése es el paso del
miedo a la esperanza. No se producen efectos a corto plazo, pero aun así la
gente se siente mejor protestando que quedándose en casa.
Fuente: www.elpais.com 17/12/2012
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